Nacer en Marruecos, en el seno de una familia musulmana, y luego mudarme a España a los 18 años para estudiar, me ha llevado a enfrentar un dilema constante en mi búsqueda de la pareja perfecta. Desde pequeña, la cultura y las tradiciones de mi país de origen fueron una parte fundamental de mi identidad. Sin embargo, al trasladarme a España, un país con costumbres y creencias diferentes, empecé a cuestionar mi lugar en ambos mundos, especialmente en el ámbito del amor y las relaciones.
En Marruecos, mi familia y amigos eran una guía constante en mi vida, inculcándome valores y expectativas sobre cómo debía ser mi futura pareja. Se valoraba la conexión con la religión, el respeto por nuestras tradiciones y el entendimiento de nuestras costumbres. Sin embargo, cuando estuve en España, conocí a personas de diversas culturas y estilos de vida, lo cual amplió mis horizontes y me permitió ver la vida desde perspectivas distintas. Esta experiencia me llevó a salir con personas fuera de mi cultura, incluyendo españoles.
Con hombres marroquíes, me encontraba en un terreno conocido, cómodo y familiar. Compartíamos una historia común, una lengua materna, y un entendimiento implícito de nuestras raíces. Sin embargo, había detalles que me incomodaban; ciertas expectativas tradicionales que a veces chocaban con mi deseo de autonomía y crecimiento personal. Me sentía atrapada entre el respeto por mis tradiciones y el anhelo de una relación más equitativa y moderna.
Por otro lado, al salir con españoles, experimenté una mayor libertad para expresar mis opiniones y vivir una relación más igualitaria. No obstante, esta apertura también venía acompañada de una sensación de pérdida. Extrañaba la calidez de las tradiciones, la conexión con mi religión, y el sentido de pertenencia cultural. En estos momentos, mi corazón se debatía entre dos mundos: uno que me daba libertad, pero a veces me hacía sentir desconectada de mis raíces, y otro que me brindaba una familiaridad acogedora, pero a veces se sentía restrictivo.
Este viaje ha sido un camino lleno de aprendizaje y autodescubrimiento. He comprendido que no se trata de elegir entre dos culturas, sino de encontrar una forma de integrar lo mejor de ambas en mi vida. Aún estoy en busca de ese equilibrio, de una relación que honre mi herencia cultural y, al mismo tiempo, respete mi individualidad. La búsqueda de la pareja perfecta se ha convertido, en última instancia, en una búsqueda de mi propio lugar en el mundo, donde puedo ser fiel a mis raíces y, al mismo tiempo, abrirme a nuevas experiencias.
Así, entre dos mundos, sigo caminando, explorando, y esperando encontrar a alguien que entienda y valore la riqueza de esta dualidad, alguien con quien pueda compartir y construir un puente entre mis dos hogares.
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