Más allá del ser

La sexualidad es un aspecto central en la vida del ser humano. Desde el momento en que un nuevo ser es concebido, se le asigna una identidad sexual basada en sus características biológicas. Esta asignación no solo influye en cómo nosotros como individuos seremos tratados por la sociedad, sino también en cómo nos percibiremos a nosotros mismos. Desde una perspectiva religiosa, esta identidad no es solo una construcción humana, sino parte del diseño divino, la forma en la que perfectamente nos ha diseñado el creador.

El hecho de que el sexo sea la primera etiqueta que se nos asigna al nacer muestra cuán profundamente arraigadas están estas categorías en la sociedad. Esta etiqueta lleva consigo una serie de expectativas y roles que guían gran parte de nuestra vida y decisiones.

¿Quién soy? La pregunta más existencialista que se hace el humano viene sesgada por el sexo. Nuestro sexo va a determinar nuestra identidad, nuestro género, nuestra orientación sexual, nuestro erotismo, nuestra intimidad y nuestra reproducción. Ejemplos como el de la boxeadora Imane Khelif, hacen que me cuestione, más aún si cabe, acerca del misterio de la etiqueta del sexo/género. ¿Qué elemento es clave para definir inequívocamente nuestro sexo? ¿Nuestro aparato genital o nuestros cromosomas? ¿Y qué hay de nuestro género? ¿Qué lo define?

¿Qué sesgos, estigmas, creencias y estándares delimitan a una persona? ¿A dónde nos lleva el progresismo a la hora de definir estas etiquetas? ¿Nos libera realmente de las ataduras del sistema o solo nos encasilla y nos ata de una forma más moderna? ¿Soy más hombre/mujer si cumplo con todas las etiquetas impuestas para mi género? ¿Y si no? ¿Qué soy? ¿Un error De Dios? ¿Qué le queda a los que sobresalen de la norma?

La raíces y orígenes de las palabras nos ayudan siempre a ir un paso más allá a la hora de entender el raciocinio y comportamiento humano para con las definiciones de las palabras. Sexo deriva del latín sexus, por sectus, «sección, separación». La propia palabra insta a clasificar, separar ente hombre y mujer. La distinción entre sexo y género ha sido objeto de mucho debate, tanto en la ciencia como en la teología. El sexo, determinado por características biológicas como los cromosomas y los genitales, ha sido tradicionalmente visto como un indicador claro de la identidad de una persona. No obstante también vemos que existen particularidades y ejemplos en la naturaleza donde esta separación no es tan clara.

Por otro lado, el género, que se refiere a los roles, comportamientos y expectativas sociales, es una construcción socio-cultural que puede llegar a ser, en función del individuo y la sociedad más flexible o no. La religión nos enseña que cada persona es única y valiosa a los ojos de Dios, pero también nos enfrenta a las normas tradicionales sobre el género. ¿Cómo reconciliamos estas normas con la diversidad humana? Personalmente considero que nuestra identidad en Dios es más profunda que cualquier etiqueta de género, y que deberíamos esforzarnos por ver a los demás como Dios nos ve: en nuestra plenitud y complejidad.

Por otro lado “el progresismo” busca desafiar las construcciones tradicionales de género y promover una mayor libertad individual. Sin embargo, desde una perspectiva religiosa, surge la pregunta de si esta libertad nos acerca o nos aleja del plan divino. ¿Nos libera realmente el progresismo, o simplemente nos introduce en nuevas formas de encasillamiento? La fe nos llama a buscar la verdad en Dios y a vivir de acuerdo con Su voluntad. Por lo tanto, es crucial discernir si los cambios sociales que abrazamos están en armonía con esta verdad o si nos desvían de ella.

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